miércoles, 5 de septiembre de 2007

Sobre el maquiavelismo de Zapatero

El lunes pasado día 3 El País publicaba, bajo el título “Navarra”, un artículo de opinión del sociólogo aragonés, y profesor de la Universidad Complutense, Enrique Gil Calvo. En él se refería al tema navarro como uno de los “dos temas oscuros”, junto con el de las infraestructuras catalanas, que “podrían convertirse en verdaderas cargas de profundidad, pues ponen en tela de juicio la retórica política del actual Gobierno socialista”. Las opiniones de Gil Calvo sobre la actitud del PSOE en relación con Navarra durante este verano eran las siguientes:

“En principio, la resolución de la crisis navarra de ingobernabilidad, abierta por unos resultados electorales imposibles de conciliar, parecía satisfacer con éxito el habitual diseño de la marca Zapatero, refinadamente maquiavélico: un diseño que en otras ocasiones he calificado de equilibrista o funambulesco. En efecto, como es sabido, la estrategia radical del Partido Popular es que quiere provocar la polarización de España para empujar a Zapatero al otro extremo del espectro, donde se quedaría encerrado y enredado con las minorías antisistema: nacionalistas, izquierdistas, independentistas, etcétera. Y para escapar de esa trampa, Zapatero tiene que lograr la cuadratura del círculo, quedando en tierra de nadie y caminando por la cuerda floja entre los fuegos cruzados del PP y los secesionistas, algo que hasta ahora ha sabido conseguir con éxito. Así ocurrió con la crisis del Estatuto catalán, en la que Zapatero logró pactar con Artur Mas una posición intermedia que era rechazada tanto por el españolismo del PP como por el independentismo de ERC. También ha pasado algo parecido en el País Vasco, donde Zapatero ha logrado entenderse con el transversalismo de Imaz pactando una posición equidistante entre el españolismo del PP y el independentismo de Ibarretxe, EA y Batasuna. Y aplicando el mismo diseño, el funámbulo Zapatero ha querido hacer lo mismo en Navarra, pactando con UPN un arreglo equilibrado que le permitiera escapar tanto del españolismo del PP como del vasquismo de Nafarroa Bai: de ahí las contrapartidas que ha venido ofreciendo Miguel Sanz (separación parlamentaria del PP, retirada del recurso contra la Ley de Dependencia, tolerancia del aborto quizá). Pero con lo que no contaba Zapatero era con que se le rebelasen las bases navarras del partido socialista, que como antes les pasó a los socialistas catalanes se habían tomado al pie de la letra la oferta de Zapatero de respetar y hacer cumplir la voluntad de los navarros.

Aquí es donde está el problema: en la deriva hacia el confederalismo a la que ha conducido la peligrosa oferta de Zapatero de multiplicar el autogobierno de la España plural. Dejándose llevar por esa idea, los socialistas navarros, como antes los catalanes, reclaman hoy poder cumplir su propia voluntad territorial, con independencia de las consecuencias que ello pueda tener en el resto de España. Un sentimiento éste que también está detrás del malestar de los catalanes ante sus fallos infraestructurales, de los que sólo saben culpar a España y a los españoles. De ahí que ahora el aprendiz de brujo Zapatero pretenda recuperar la identidad unitaria vendiendo la marca Gobierno de España. Aunque quizá sea ya demasiado tarde”.

En ese artículo habla del maquiavelismo del presidente del Gobierno y lo ilustra con tres casos empíricos: el catalán, el de la CAV y el de Navarra. Hay que de decir que son tres ejemplos con fundamentos ciertamente dispares. En Cataluña Zetapé se aprovechó de la competencia entre CiU y ERC por liderar el nacionalismo catalán para negociar separadamente con cada partido en cada fase de la negociación del Estatut, y aprovecharse así de las debilidades de cada uno con el fin de extraer el máximo rendimiento. Tras desalojar del gobierno a Convergència a finales del 2003, limó a la baja las aspiraciones estatutarias de Esquerra con la colaboración activísima del partido de Mas, con lo que el PSOE conseguía la aquiescencia de sus sectores más jacobinos y abría una brecha difícil de reparar entre los dos partidos nacionalistas, máxime si éstos siguen empeñados en centrar sus esfuerzos en competir por poder gobernar en coalición con el PSC al menor coste para éste.

En la CAV la actitud maquiavélica de Zapatero no ha medrado a partir de ninguna reforma estaturia (relegada ad calendas graecas después de que las Cortes rechazaran la propuesta del lehendakari a principios de 2005), sino gracias al diseño establecido en relación con la negociación con ETA y con Batasuna. En vez de fijarse desde el principio un itinerario con dos carriles negociadores (uno militar entre el Gobierno y ETA y otro político en el que debían haber intervenido todas las formaciones), hasta septiembre de 2006 sólo habrían conversado en ambos planos dos interlocutores bifrontes: por un lado, el Gobierno-PSOE, y, por otro, ETA-Batasuna. A pesar de que ambos protagonistas han argumentado que las conversaciones políticas eran sólo metodológicas (siguiéndolo siendo hasta la ruptura total), la verdad es que, por lo que ha terminado sabiendo, los contenidos eran ciertamente políticos, otorgando un plus de protagonismo (que, andando el tiempo, debería traducirse en un plus de rendimiento electoral) a los participantes en las reuniones. El hecho de que a partir de septiembre de 2006 se incorporara, mediante invitación exclusiva, el PNV, mostraría que todas las conversaciones llevadas a cabo entre representantes del PSE-PSOE con representantes de Batasuna durante años (se habla que desde el año 2000), primero de carácter exploratorio y luego de naturaleza, es de esperar, más delimitatoria, se habían saldado ya con un fracaso, fracaso que sería necesario compartir con un tercero, justamente el último invitado a la mesa. Toda esa dinámica prenegociadora y negociadora registrada entre 2000 y 2006, acelerada tras 2004, ya de partida originó un clima de incertidumbre en los demás actores ante los hipotéticos escenarios que se podían haber instalado si el proceso de negociación con ETA se hubiera encauzado positivamente. Ese clima ha sido sustituído en los últimos meses por una sensación de impasse a la que el futuro inmediato dará salida, pero sin que se pueda vislumbrar con seguridad que se vaya a sustanciar una alternativa sólida al tripartito actual en la medida en que las alianzas transversales han brillado totalmente por su ausencia después de las últimas elecciones.

Sin embargo, en el caso de Navarra el maquiavelismo de Zapatero ha rizado el rizo. Si en Cataluña y en la CAV se ha dirigido a crear espacios de duda y de incertidumbre en los adversarios con el fin de dificultar sus decisiones, en Navarra los principales afectados por él no han sido ni UPN ni Nafarroa Bai, sino la propia organización territorial del PSOE. Independientemente de las responsabilidades, lo cierto es que la estrategia de marcha y contramarcha y vuelta a empezar ha desorientado especialmente a la propia militancia del PSN que llegó a pensar que era una organización capaz de discurrir autónomamente y ha comprobado que no es más que una sucursal sin peso alguno. En Nafarroa Bai los hechos han creado frustración por la evidencia de la continuación del pacto estructural entre UPN y PSOE para mantener el sistema político excluyente del Amejoramiento, pero, a la vez, satisfacción, por diversas razones: porque no se han cometido errores, porque se han ideado discursos válidos en todos los terrenos, porque las contradicciones quedan en territorio ajeno, y porque el papel protagonista y tractor en los escaños de la oposición será rentable a medio y largo plazo.

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